Bajó con paso firme y ligero el callejón, pasó por debajo del arco, al cruzar la sombría plaza se abotonó el recio abrigo de lana y se envolvió en la colorida bufanda hasta que casi sólo se le veían los ojitos verdes chispeantes. Era su cumpleaños y ella sabía el regalo perfecto, dada aquella obsesión que él sostenía desde siempre, así que entró en la armería del barrio antiguo. De la trastienda salió el señor amable.
- Buenas tardes ¿En qué puedo ayudarla, señorita?
- Buenas tardes, quería un machete – se aventuró ella decidida y sonriente.
- … un machete – el señor amable de la armería le lanzó aquella mirada sospechosa por encima de las gafas. Parecía una chica normal, bajita y delgada, la melena pelirroja anudada en un moño desenfadado derramaba algún tirabuzón distraído sobre una cara jovial, ingenua y aparentemente inocente – ¿Cómo quieres el machete?
- Pues... un machete, que sea grande. Un buen machete.
- Pero ¿Para qué va a usar el machete?
- Pues... para lo que se usan los machetes... – le respondió – quiero que sea así de grande – continuó, mientras separaba sus manos para darle al señor amable de la armería una idea aproximada.
- Vamos a ver, señorita, exactamente ¿Para qué quiere un machete de esas dimensiones? – inquirió alarmado el señor amable de la armería. Ella desplegó una brillante sonrisa y explicó – Es para mi novio, es su cumpleaños. – Aquella demanda no dejaba de sorprender al señor amable de la armería del barrio antiguo, e insistió – ¿Y para qué va a usar su novio el machete? – intentando no parecer alarmado.
- Pues ¿para qué va a ser? ¡Para matar zombies!
...aunque, como Creaturica señaló, todo el mundo sabe que lo mejor para matar zombies son las escopetas.
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