Alta Traición de Género o 2 verdades inconfesables

Hay ciertas verdades inconfesables, que forman parte del cuerpo de secretísimos femeninos, y que representantes del género no deberían admitir nunca, a saber:

• Existe, sí, y lo sufrimos, el Síndrome de la Princesa Destronada [el nombre se lo debemos a Libertad], la fémina, cual princesa prometida a la que le roban el protagonismo, como niña caprichosa de papá, en su más profunda y oculta manifestación edípica, pierde el control de sus inarticulables emociones y sentimientos cuando aquel, sí, cuando ese que siempre perdió la vida por ella, al que pudo llegar a tratar con desdén, ese en cuyo hombro siempre supo que podía ir a llorar, aquel bajo cuya mirada se refugiaba en los días oscuros en los que levantaba sin valor para asomarse al espejo, pues sabía que una nube de incondicionalidad cegaría su mirada, su perspectiva, para subirla al trono de la mas alta deidad femenina... aquel, sí, aquel al que no podrá querer nunca más, si es que alguna vez lo quiso, pero del que lo que más adoraba era su manera de adorarla... cuando ese, de pronto, torna su mirada hacia otra fémina, la primera siente como un rayo que la parte y le encoge la boca del estómago, produciendo una regresión aleatoria al jardín de infancia, y desatando un deseo irrefrenable de tirarle de las coletas a esa niña que completamente ajena al hito que marca su sonrisa, la pasea delante de nuestro... de nuestro nuestro "ese" -que en realidad no es nada nuestro ya-, no señores, no son celos, no... seguimos sin querer nada con él. Lo único que la fémina desea es seguir siendo construida a través de la mirada de “un otro” en tanto a divinidad absoluta, el ser destronada desequilibra.

• La verdad inconfesable número dos se ve relacionada con los días previos y el durante de esos días en lo que la fémina no se aguanta ni a sí misma, tal es el caso que si por ella fuera, saldría de su ser para volver a él una semana más tarde. La fémina no espera ser entendida -ya que no se entiende ni ella misma-, entiende el hecho de no ser aguantada, eso sí, pues lo sufre en su propia piel, de la que de buen grado escaparía. La fémina desea que el resto de seres a su alrededor obvien lo obvio -que no hay Dios (!) que la aguante...- y que la mimen y le den chocolate, a ser posible, sin que se haga mención alguna ni a su estado ni a lo que se hace por ella.

Mujer o no, soy mutante Wonderlandiana, y en mi calidad de fémina, la publicación de esta [i]rreflexión podría ser considerada alta traición de género, así que si cuentan por ahí algo acerca de lo aquí relatado, juro y rejuro que negaré su autoría.

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