La despertó su risa
envuelta en caricias; estaba soñando.
Die Jungfrau (Gustav Klimt)
1912
Óleo sobre lienzo, 190 x 200 cm.
Praga, Národní Galerie v Praze
La Kunstschau de 1909 había puesto de manifiesto las
orientaciones artísticas de las generaciones más jóvenes, que estaban
emprendiendo un camino muy diferente del señalado por la utopía
secesionista, dejando a Klimt en un estancamiento creativo. Durante
tres años hizo muy poca cosa, pero en 1912, desde el segundo retrato de
Bloch-Bauer, volverá a encontrar una vía propia, ya alejada de la
"época de oro" y habitualmente denominada "estilo florido". Dicha etapa
debe su nombre a la viveza cromática que la caracteriza, pero también a
un renovado interés decorativo, si bien el artista se vale ahora de un
repertorio ornamental ya no inspirado en Bizancio o en los
bajorrelieves asirios sino en el Extremo Oriente. En la Virgen, la
explosión de colores intensos -azul, amarillo, rojo, verde, violeta-
adquiere también un valor simbólico, en alusión al estado psicológico
de la joven. El torbellino de sensaciones que la anima se expresa bien
en la enmarañada composición donde la circularidad del cuerpo de la Danae, cuyo
tema no está lejos del de la obra de Praga, es amplificada por la
rueda de cuerpos femeninos que hacen de corona a la protagonista.
También a ésta la vemos sumida en el sueño, representado por la cabeza
inclinada, los ojos cerrados y los brazos abiertos, pero el pintor no
subraya esta vez tanto su abandono como su actividad onírica. Sueño y
sensualidad se unen de nuevo y se materializan en las figuras lánguidas
y provocativas, cuyos ojos, por el contrario, están bien abiertos,
brotadas de la consciencia de la muchacha. Se trata de un universo
exclusivamente femenino: la fantasía de la durmiente no se proyecta,
pues, en un hombre, sino que se centra en sí misma, en el instinto y el
poder que caracteriza a las mujeres klimtianas.
El pintor había previsto un pendant a la obra, La novia, pero murió antes de poder concluirlo, en 1918.