Alice was beginning to get very tired of sitting by her sister on the bank, and of having nothing to do...

jueves, 19 de junio de 2008

De "La elegancia del erizo"

El lunes 16 de junio viene a parar a mis manos durante un momento tonto, de esos que coges lo primero que pillas, para matar el segundo siguiente, un libro que paraba en el mueble del pasillo de mi casa. Venía viendo a mi madre reirse -literalmente- a carcajadas espóntaneas en los últimos días con el tomo entre las manos...
Pues bien cogí el librito y lo abrí en cualquier página, y empecé a leer por cualquier párrafo, cualquier palabra...
Me tomaré la molestia de copiarlo entero -el cachito que leí-, si bien merece la pena compartirlo; ahí os lo dejo:

En lo que a mí respecta, tengo doce años, vivo en la calle Grenelle, número 7, en un piso de ricos. Mis padres son ricos, mi familia es rica y por consiguiente mi hermana y yo somos virtualmente ricas. Papá es diputado, después de haber sido ministro, y sin duda llegará a ser presidente de la Asamblea Nacional y se pimplará la bodega del palacete de Lassay, sede de dicha Asamblea. Mamá... Pues bien, mamá no es lo que se dice precisamente una lumbrera pero tiene cierta cultura. Es doctora en letras. Escribe sus invitaciones para cenar sin faltas de ortografía y se pasa el tiempo dándonos la tabarra con referencias literarias ( “Colombe no te pongas en plan Guermantes”, “Tesoro, eres una auténtica Sanseverina”).

Pese a ello, pose a toda esta suerte y a toda esta riqueza, hace mucho que se que el destino final es la pecera. ¿Qué como lo sé? Pues porque da la casualidad de que soy muy inteligente. Excepcionalmente inteligente, incluso. No tengo más que compararme con los demás niños de mi edad para ver que nos separa un abismo. Como no me apetece mucho llamar la atención, y en una familia en la que la inteligencia se considera un valor supremo a una niña superdotada no la dejarían nunca en paz, en el colegio trato de hacer menos de lo que podría, pero aún así soy la primera en todo. Hay quien podría pensar que resulta fácil pasar por alguien con una inteligencia normal cuando, como yo, a los doce años se tiene el nivel de una universitaria de una facultad de dificultad superior. Pero ¡no, en absoluto! Hay que esforzarse mucho para parecer más tonto de lo que se es. Aunque, en cierta manera, este empeño no salva de morir de aburrimiento: todo el tiempo que no tengo que pasar aprendiendo y comprendiendo, lo empleo en utilizar el estilo, las respuestas, las formas de proceder, las preocupaciones y los pequeños errores de los buenos alumnos normales y corrientes. Leo todo lo que escribe Carmen Boret, la segunda de la clase, en mates, lengua e historia, y así me entero de lo que tengo que hacer: en lengua, una serie de palabras coherentes y correctamente ortografiadas; en mates, la reproducción mecánica de operaciones desprovistas de sentido; y en historia, una sucesión de hechos ligados entre sí por conectores lógicos. Pero incluso si me comparo con los adultos, soy mucho más lista que la mayoría de ellos. Así son las cosas. No me siento especialmente orgullosa porque tampoco es que el mérito sea mío. Pero está claro que yo no pienso terminar en la pecera. He reflexionado mucho antes de tomar esta decisión. Incluso para una persona tan inteligente como yo, con tanta facilidad para los estudios, tan diferente de los demás y tan superior a la mayoría d ella gente, mi vida ya está toda trazada, lo cual es tristísimo, nadie parece haber caído en la de que si la existencia ya es absurda, lograr en ella un éxito brillante no tiene más valor que fracasar por completo. Simplemente es más cómodo. O ni siquiera: creo que la lucidez hace amargo el éxito, mientras que la mediocridad alberga siempre alguna esperanza.

He tomado pues una decisión. Pronto dejaré la infancia y, pese a mi certeza de que la vida es una farsa, no creo que pueda resistir hasta el final. En el fondo, estamos programados para creer en lo que no existe, porque somos seres vivos que no quieren sufrir. Por ello empleamos todas nuestras energías en convencernos de que hay cosas que valen la pena y que por ello la vida tiene sentido. Por muy inteligente que yo sea no sé por cuanto tiempo podré luchar contra esta tendencia biológica. Cuando entre en el mundo de los adultos ¿seré capaz todavía de hacer frente al sentimiento del absurdo? No lo creo. Por eso he tomado una decisión: al final de este curso el día que cumpla 13 años, el próximo 16 de junio, me suicidaré. Pero cuidado, no pienso hacerlo a bombo y platillo como si fuera un acto de valentía y un desafío. De hecho más me vale que nadie sospeche nada. Los adultos tienen con la muerte una relación rayana en la histeria, el hecho adopta proporciones enormes, se comportan como si fuera algo importantísimo cuando en realidad es el acontecimiento más banal del mundo. Por otra parte lo que a mi me importa no es el hecho del suicidio en sí, sino el cómo. Mi vertiente japonesa se inclina evidentemente por el seppuku. Cuando digo mi vertiente japonesa me refiero a mi amor por el Japón. Estoy en octavo y como es obvio, he escogido el japonés como segunda lengua. El profe de japonés tampoco es que sea muy bueno, se come las palabras cuando no habla su idioma y se pasa el tiempo rascándose la coronilla con aire perplejo, pero el libro de texto no está mal y, desde que empezó el curso, he progresado mucho. Tengo la esperanza de que, de aquí a pocos meses, podré leer mis cómics manga preferidos en su edición original. Mamá no entiende que “una niña tan lista como tú” pueda leer manga. Ni siquiera me he tomado la molestia de explicarle que “manga” en japonés significa “tebeo”. Ella cree que me atiborro de subcultura, y yo no hago nada por sacarla de su error. Dentro de unos meses quizás pueda leer a Taniguchi en Japonés. Pero esto nos lleva de nuevo a nuestra cuestión de antes: eso tendría que conseguirlo antes del 16 de junio porque ese día me suicido. Pero nada de seppuku. Sería un gesto cargado de sentimiento y belleza pero... da la casualidad de que... no tengo ninguna gana de sufrir. Más aún, detestaría sufrir; encuentro que cuando se toma la decisión de morir, justamente porque se considera que es algo que es lógico, hay que hacerlo con tiento. Morir ha de ser un paso delicado, un deslizarse suavemente hacia el descanso. ¡Hay gente que suicidaría tirándose por la ventana de un cuarto piso, bebiéndose un vaso de lejía o incluso ahorcándose!¡Es aberrante! Lo encuentro algo obsceno ¿De que sirve morir si no es para no sufrir? Yo, en cambio, he previsto bien mi salida de este mundo: desde hace un año, todos los meses le cojo a mamá un somnífero de los que guarda en su mesilla de noche. Se toma tantos que, de todas maneras, no se daría cuenta si le cogiera uno cada día, pero he decidido ser muy prudente. No hay que dejar ningún cabo suelto cuando se toma una decisión que es harto improbable que nadie comprenda. Uno no imagina la rapidez con la que la gente obstaculiza los proyectos a los que más apego se tiene, en nombre de tonterías del estilo”el sentido de la vida”o “el amor a los hombres”. Ah, y también: “el carácter sagrado de la infancia”.

Así pues, me encamino tranquilamente a la fecha de 16 de junio y no tengo miedo. [...] En los cómics de Taniguchi, los héroes mueren escalando el Everest. Como no tengo ninguna probabilidad de escalar el K2 o las Grandes Jorasses antes del próximo 16 de junio, mi Everest personal es una exigencia intelectual. Me he puesto como objetivo tener el mayor número posible de ideas profundas y apuntarlas en este cuaderno: si nada tiene sentido, al menos que el espíritu se vea forzado a enfrentarse a tal situación, ¿no? Pero como tengo una vertiente japonesa muy acusada, he añadido una obligación más: esta idea profunda ha de expresarse bajo la forma de un pequeño poema a la japonesa: un haikú (tres versos) o un tanka (cinco versos).


Mi haikú preferido es de Basho.

En estas chozas

comen los pescadores

¡gambas y grillos!



¡Esto, de pecera nada, no; esto es poesía, si, señor!

Pero en el mundo en el que vivo hay menos poesía que en una choza de pescador japonesa ...

El libro del que os hablo es:

La Elegancia del erizo

escrito por Muriel Barbery
y editado por Seix Barral

2 comentarios:

Lucas.- dijo...

holas.. uy.. muy bueno esto.. muy bueno...

Beso.

Ada.. dijo...

lucas, uys... gracias... digo... muchas gracias por el cumplido!!;)
y bienvenido a la madriguera
saludos!